La salud mental poco tiene que ver con una recta sin pendiente que se desliza por la felicidad de manera infinita, sin fin ni principio. Experimentar tristeza, desconsuelo, angustia y pesadumbre forma parte de ese abanico emocional inherente al propio ser humano.
Así, cuando les exigimos a los demás que sean fuertes ante cualquier circunstancia estamos afilando un cuchillo y acercándolo a su piel. Cuando guardamos la misma obligación falsa dentro del cajón de imperativos con los que cumplir, afilamos esa misma hoja para nosotros.
Permitirnos ser vulnerables conforma un riesgo, pero también una necesidad. ¿Cómo podríamos amar sin este permiso? ¿Podríamos crear intimidad y disfrutar de ella si fuera de otra forma?.
Ser fuerte no siempre es posible: la lección que debimos aprender hace tiempo
A veces pensamos en no poder más, que nuestro valor es nulo o escaso por haber identificado un límite de fuerza. En la mente, fuerte es quien no pide cuartel o se plantea una tregua aunque no le queden soldados. Así, se acumulan las decepciones y el dolor; aparece el cansancio, después el agotamiento.
Lo único que parece importar es seguir avanzando. Sumar en eso que para nosotros es seguir adelante; lo hacemos manipulándonos a nosotros mismos, diciéndonos que no pasa nada, que nada duele, que vamos a poder con todo porque no tenemos otra opción que ser fuertes de ese modo. Hasta que tarde o temprano sucede, surge el trastorno de ansiedad o el cuadro depresivo.
Sabemos que el lenguaje construye y define realidades. Sin embargo, hay términos populares que pueden ser realmente dañinos. Se nos han inculcado palabras durante años que han venido desgastando nuestro potencial humano y lo que es peor, la salud mental.
Términos como «fortaleza, audacia, resolución, valentía» son un pequeño ejemplo de esos rasgos que deberíamos (según muchos) instalar en nuestro carácter como quien se baja una aplicación del móvil. Es un error.
Ser fuerte no siempre es posible y cuando no podemos serlo, no estamos mostrando debilidad. Porque lo opuesto a fuerte no es débil, es ser humano.
Si nos esforzamos de manera constante en ser resolutivos y casi indestructibles en materia emocional, lo que estaremos haciendo es desarrollar intolerancia a emociones “negativas”, como la tristeza, el miedo o la frustración. De este modo, cuando alguien se encuentra en medio de la adversidad y no sabe cómo reaccionar, se autopercibe como «débil». Todo ello, boicoteará de manera inevitable el tejido de su autoestima.
Ser fuerte no siempre es posible, la clave está en permitirnos ser vulnerables
Ser fuertes no siempre es posible. Hay determinadas circunstancias vitales que exigen un espacio para la tristeza, un rincón para la angustia y un espacioso sillón para derramar nuestras lágrimas y pensamientos. Y que esto sea así no solo es comprensible, es necesario. Más que en ser fuertes, la clave está en permitirnos ser vulnerables.
La vulnerabilidad no es debilidad ni indisposición. Es permitirnos aceptar todo el crisol de nuestras emociones y dejar que emerjan en el momento adecuado y la forma adecuada. No es lógico ser positivos y alegres cuando nos enfrentamos a una pérdida.
Sentir desesperación, tristeza e incluso rabia es lo normal. Y lo que se nos exige en esos instantes no es fortaleza; es habilidad para aceptar, entender y gestionar esos estados.
Quien acepta su vulnerabilidad acaba desarrollando una auténtica fortaleza o resistencia psicológica. Esta última dimensión, se relaciona básicamente con la capacidad de afrontar de manera efectiva nuevas situaciones adversas habiendo obtenido un aprendizaje vital, unas herramientas que revierten de forma directa en la salud mental. Vale la pena tenerlo en cuenta.
Vía: Lamenteesmaravillosa
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