Aceptar que no sientes hacia alguien lo que te gustaría sentir es realmente duro. Sin embargo, antes de que te embargue la culpa, recuerda que tienes derecho a escoger tu rumbo.
Intentamos adecuarnos a lo que se espera de nosotros. Tratamos de ser éticos y bondadosos. Sin embargo, a pesar de todos nuestros esfuerzos, hay una parte de nosotros imposible de doblegar: las emociones. Cuando estas no concuerdan con lo que se supone deberíamos sentir aparece una culpa devastadora. Pero, aunque resulte difícil, hemos de aprender a decir: «me permito no quererte».
¿Cuántas veces hemos deseado que una situación fuese diferente, que todo resultase fluido y sencillo? Anhelamos poder cerrar los ojos y abrirlos a una nueva realidad en que todas nuestras relaciones sean armónicas y agradables. No obstante, en ocasiones, es necesario dejar de batallar con el presente y con nosotros mismos, aceptarlo y aceptarnos, sin remordimientos.
Son muchas las situaciones vitales en que nos enfrentamos al dilema de no sentir lo que desearíamos. Padres hacia los que sentimos rencor, hermanos que nos despiertan ira, amigos con los que ya no encajamos o parejas que nos resultan indiferentes.
Qué sencillo es leerlo y qué duro experimentarlo. ¿Cómo aceptar que ese amor incondicional entre padres e hijos, del que tanto se habla, no está presente en nosotros? ¿Cómo asumir que albergamos rivalidad en lugar de fraternidad? Qué difícil descubrir que ese gran amigo ya no habla el mismo lenguaje que nosotros y aceptar que nuestra pareja ya no nos nutre ni nos impulsa a crecer.
¿Sientes la culpa? Solo asomarse a estas realidades produce un vértigo inigualable y nos impulsa a negarlas y tratar de tomar el control. «Seguro que, si me esfuerzo, podré sentir amor», pensamos. Y así apretamos los dientes y forzamos situaciones negándonos a aceptar lo evidente.
Quiero quererte porque me diste la vida, porque eres mi sangre. Quiero quererte por los años que estuviste a mi lado, por los buenos momentos que compartimos. Deseo quererte por el futuro que imaginamos juntos, por las ilusiones que forjamos.
Pero, sobre todo, quiero quererte porque debería hacerlo; porque así debería ser. Quiero quererte porque me siento en deuda, porque esa era mi tarea. Porque, si dejo de intentarlo, tendré que enfrentarme al cambio, al vacío y la incertidumbre. Quiero quererte, pero no puedo.
A los seres humanos nos gusta lo simple y lo predecible. No estamos realmente abiertos a la diversidad de experiencias que cada persona vive, a las particularidades de cada vida y de cada vínculo. Queremos encajar en la imagen de familias perfectas, amistades infinitas y parejas duraderas. Pero ¿a qué precio?
La vida no siempre sigue el ritmo que le hemos marcado, no todo es como nos gustaría, y nuestras emociones son solo brújulas que nos ayudan a encontrar el camino.
Escúchate, si algo no se siente bien, probablemente no esté bien. Si ya no compartes puntos de vista con un amigo o no hallas sincronía con tu pareja, seguramente sea el momento de seguir adelante. Y no hay problema en ello
Permítete no querer
Olvida lo que creías: no tienes que sentir nada, no debes adecuarte a ningún patrón, eres libre para crear tu propia vida. El cambio no es terrorífico, es positivo y muchas veces necesario. Tienes derecho a no sentir y a cambiar de rumbo, sin culpas.
Da el paso, libérate y afirma: me permito no quererte. Me permito dejar de aferrarme a lo que me gustaría que fuese y aceptar lo que verdaderamente es.
Te agradezco los buenos momentos y las enseñanzas que trajiste a mi vida, pero me libero del peso de sentirme en deuda. Me permito bajar el volumen a la culpa y subírselo a mi voz interior.
Me reservo el derecho a sacarte de mi vida o a modificar tu presencia en ella. Pues mi mayor compromiso es con mi bienestar. Por ello, hoy dejo de forzarme y me comienzo a escuchar.
Me permito no quererte, sin resentimiento, sin remordimiento. Comprendiendo lo natural de esta decisión y abrazando la libertad que me proporciona.
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