Somos una sociedad de niños traumados que siguen en guerra con papá y mamá. Hasta que no nos liberemos de su influencia psicológica –y nos emancipemos emocionalmente de ellos– no lograremos estar verdaderamente en paz con nosotros mismos. Para emanciparnos emocionalmente de nuestros padres y ser libres de su influencia psicológica, es fundamental emprender el apasionante viaje del autoconocimiento, realizando los siguientes claves:
Deja de culpar a tus padres
Solemos culpar a nuestro padre y a nuestra madre de nuestras inseguridades, carencias y frustraciones. Nos convencemos a nosotros mismos de que la causa de nuestro malestar y sufrimiento tiene que ver con lo que nuestros padres fueron e hicieron. Sin embargo, la verdad es que nada ni nadie puede hacernos daño emocionalmente sin nuestro consentimiento. La raíz de nuestras perturbaciones no se encuentra en lo que pasa, sino en lo que interpretamos acerca de lo que pasa. Por más doloroso que sea para el ego, tarde o temprano hemos de soltar el victimismo. Madurar implica reconocer que somos co-creadores y co-responsables de nuestra vida.
No intentes cambiar a tus padres; acéptalos
Otro indicador de inmadurez es que seguimos intentando cambiar a nuestros progenitores. Prueba de ello es que nos frustramos cuando no cumplen con nuestras expectativas ni son como a nosotros nos gustaría que fueran. Dado que no nos aceptamos a nosotros mismos tal como somos, nos es imposible aceptarlos a ellos tal como son. Esta es la razón por la que, en ocasiones, juzgamos y criticamos su comportamiento. Emanciparnos emocionalmente pasa por renunciar a la relación idealizada que nos gustaría mantener con ellos. Solo así podemos discernir entre lo que pueden darnos y lo que no, aprendiendo a disfrutar del vínculo real que sí está a nuestro alcance.
Asume que no eres responsable de la felicidad de tus padres
Si bien cuando culpamos a nuestros padres de nuestro sufrimiento caemos en el victimismo, cuando queremos salvarlos caemos en el buenismo y en el paternalismo. Remontémonos a nuestra infancia. Quizás hubo un momento en el cual nuestra madre estaba descentrada. Y en cierta ocasión, siendo niños pequeños, rompimos sin querer un vaso de cristal. Frente a esta situación, ella reaccionó impulsivamente, se perturbó a sí misma y seguidamente nos culpó de su malestar. De esta manera y por medio de episodios como éste, crecimos creyendo que la felicidad o infelicidad de nuestros padres estaba vinculada con nuestro comportamiento. Liberarnos emocionalmente de ellos implica comprender que su bienestar emocional no es nuestra responsabilidad, sino la suya. Principalmente porque nadie hace feliz a nadie. Lo mejor que un padre puede hacer por sus hijos es ser feliz. Y lo mejor que un hijo puede hacer por sus padres es ser feliz. Lo más importante es que seamos el cambio que queremos ver en nuestra familia.
No esperes que tus padres te quieran; ámalos tú a ellos
¿Dónde está escrito que los padres tengan que querer a sus hijos? Sería maravilloso que esto sucediera, pero en general no es así. ¿Cómo nos van a querer nuestros padres si no saben amarse a sí mismos? Si realmente queremos cortar el cordón umbilical emocional con nuestros progenitores, hemos de reconocer que no necesitamos nada de ellos para ser felices. En vez de esperar que nos apoyen, nos comprendan o nos quieran, empecemos por amarlos nosotros a ellos. En vez de pedir, empecemos a dar. Ese es el verdadero cambio de paradigma.
Mira al ser humano que hay detrás
Liberemos a nuestros padres de la responsabilidad de estar a la altura de nuestras expectativas. Recordemos que son seres humanos y que, como nosotros, están llenos de miedos, frustraciones y complejos. Es fundamental no olvidar que ellos también fueron niños y que probablemente carguen con una mochila emocional mucho más pesada que la nuestra. Si investigamos acerca de su infancia, así como del tipo de relación que tuvieron con sus propios padres, seguramente verificaremos que sus circunstancias existenciales fueron más adversas que las nuestras. Al quitarles la etiqueta “papá” y “mamá” empezamos a ver a los seres humanos que hay detrás. Así es como podemos desapegarnos de ellos, dejando de tomarnos como algo personal sus actitudes y comportamientos.
Valora y agradece lo que han hecho por ti
Es muy fácil protestar y quejarnos de nuestros progenitores. Es una simple cuestión de imaginación encontrar más de un motivo por el cual condenarlos y rechazarlos. Por más errores que hayan cometido, cabe recordar que nadie nos enseña a ser padres. Criar hijos es la experiencia más desafiante de la vida. Así, al igual que nosotros, nuestros padres lo han hecho lo mejor que han sabido desde su nivel de consciencia y su grado de comprensión. Además, sus motivaciones jamás han estado guiadas por la maldad, sino por la ignorancia y la inconsciencia. ¿Y si en vez de seguir quejándonos y juzgarlos empezamos a valorar todo lo que han hecho por nosotros? Estar agradecidos es un síntoma de emancipación emocional y, en definitiva, de verdadera madurez.
Milton Erickson dijo que “nunca es tarde para tener una infancia feliz”. En otras palabras, siempre podemos reinterpretar y re-escribir nuestra historia, comprendiendo que una cosa es lo que sucedió –hechos y circunstancias neutros– y otra muy distinta, lo que hicimos con ello en forma de interpretaciones subjetivas y distorsionadas. Hacernos adultos pasa por asumir nuestra parte de responsabilidad, haciéndonos cargo de sanar las heridas emocionales de nuestro niño interior. Para ello, es fundamental matar a nuestros padres con el cuchillo del amor. Es decir, liberarnos de su influencia psicológica, siendo verdaderamente libres para ser nosotros mismos y seguir nuestro propio camino en la vida. Estar en paz y agradecidos con nuestro pasado nos permite estar a gusto y ser felices en nuestro presente, mirando al futuro con confianza y optimismo.
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