Entre el cuerpo y las emociones existe una íntima relación; por eso, para ocuparse de cualquier síntoma físico es necesario tenerlas en cuenta. Esto se aplica a todo: a las enfermedades crónicas, a las que se presentan repentinamente, o a los síntomas que aparentemente no tienen causa física. Pero también aplica a la buena salud, que es un reflejo de que el espíritu también está en equilibrio.