El amor que es bonito y auténtico no duele ni traiciona, ni tampoco entiende de lágrimas. El amor que vale la alegría es aquel que se ofrece con los ojos abiertos y el corazón encendido, es una relación madura y consciente donde no se llenan vacíos ni se alivian egoístas soledades.
Si pensamos en ello durante un momento, nos daremos cuenta de lo arraigado que está en nuestra cultura popular la clásica idea de “si no duele no sirve” “todas las parejas discuten”. Es algo erróneo y generalista. El dolor y el amor son dos cosas muy distintas. Porque la relación sincera basada en la reciprocidad, jamás tendrá en su composición un aditivo tóxico ni venenoso.
Una de las características más notables de esas personas que logran establecer una relación de pareja basada en el respeto, la alegría y el crecimiento es que son capaces de amar como si nunca antes hubiesen sido heridas, sin volcar jamás en la nueva pareja el posible dolor de relaciones anteriores. No hay desconfianza ni rezuman amargura.
Ahora bien, a su vez, encontramos esos otros perfiles convencidos de que el sí amor duele, y duele porque sus experiencias pasadas así se lo han confirmado. Hablamos del desamor.
Lo que duele es el desamor nunca el AMOR. Lo que apaga y desconsuela es la batalla perdida, el cansancio de un corazón estéril, hueco de esperanzas. Ahí donde ya no se confía en el “te prometo que voy a cambiar” o “estoy seguro de que las cosas van a ser diferentes ahora”.
El amor bonito; el que no duele ni sabe a lágrimas
Hemos de negarnos en rotundo a que nos vendan un amor con sabor a lágrimas. A que nos convenzan de que el auténtico aprendizaje de la vida llega con el sufrimiento, y que todos, de algún modo, hemos de experimentarlo para poder así nacer de nuevo, nacer de verdad.
Ahora bien, la felicidad también enseña y mucho. Porque en el amor con letras mayúsculas no hay acentos hirientes, ni minúsculas cargadas de egos, miedos y desconfianzas. El cariño que es bonito no duele ni busca herir y si en algún momento aparece la sonrisa apagada y la mirada baja, la otra persona buscará la razón de esa nube pasajera y la escampará al instante.
Tal y como nos recordaba Erich Fromm, el amor es por encima de todo un acto de fe. Podríamos verlo también como un salto al vacío, donde a pesar de que nadie nos asegure que todo vaya a salir bien, no dudamos en arriesgarnos, en ofrecer siempre lo mejor de nosotros mismos para obsequiar y ser obsequiados.
Deja que te quieran bonito, como mereces, porque el querer no duele y el amor que es real siempre vale la alegría, nunca las penas.
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